JESUCRISTO: DIOS hecho HOMBRE por AMOR
Sobre la
Espiritualidad de las Ermitañas del Corazón de Jesús.
Introducción.
El hombre, creado a
imagen y semejanza de Dios, tiene la capacidad de acoger el misterio mismo de
lo Divino en su realidad humana,
limitada y pequeña; es por eso que reconoce en su corazón el
deseo inconmensurable de “algo”, que aunque le supera, intuye que es capaz de
él, se le presenta como una “necesidad” que llenar, y descubre que esa capacidad está relacionada
directamente con el Amor , es decir, con el hermoso sentimiento de tener a quien dar todo su ser en gratuidad y en correspondencia afectiva de reciprocidad. Al decir hombre, nos referimos también a la
mujer, creados los dos a igual dignidad
y capacidad, aunque con unas
características particulares en su modo
de relación para el Amor. De este punto
trata lo que viene a continuación, contemplando el misterio del AMOR de Dios, y al grado de confianza e intimidad al
que Él nos invita, manifestando el deseo de
relacionarse con su criatura,
abajándose a su humilde nivel, o mejor
podemos decir que, al modo
de amar humano
unido a Su Divinidad, que ha elegido desde la eternidad, al
colocarse como Cabeza (Jesucristo) de una creación predestinada a ser toda
de Dios…, de un DIOS ENCARNADO.
1.
Visión Femenina del Amor
Humano y Divino
de Jesús.
Lo primero a considerar
en este punto es el hecho de ser mujeres,
con todo lo que Dios quiso expresar al crear esta naturaleza particular de lo femenino con sus variadas
capacidades, o mejor, con su grandísima capacidad para el Amor, en diversas
formas de expresión y donación. Ser
mujer es el valiosísimo Don que tenemos; como decir, el boleto en “Primera
Clase” que hemos recibido para “viajar” en la Vida Espiritual hacia las profundidades de ese Dios Amante, que se nos da en realidad de Amor
Humano, hasta asumir el dolor y el sufrimiento,
es decir, la donación extrema de Sí mismo: Total y Eterna.
Jesucristo es la Palabra
de Dios, Su Única Palabra, más elocuente, para decirnos Quién es Él, cómo es Él, cómo
Ama Él; es el AMOR DIVINO experimentado en realidad Humana,
ofrecido a nuestro propio nivel, y
expresado al extremo de dar Su Vida hasta la muerte, y una
muerte en Cruz.
La Teología femenina en la Historia de la
Iglesia, a través de sus Santas, expresan el conocimiento profundo de Dios
Amor
que, más que intelectual, es un conocimiento afectivo y experimental:
Conocer, en el sentido
Bíblico.
Santa Clara de Asis,
Santa Catalina de Siena, Santa Teresa del Niño Jesús entre otras, han sabido expresar lo que el Espíritu Santo
(Amor), el Espíritu mismo de Jesús,
infundió en sus corazones para hacer de la entrega de Amor, su especialidad; por así decirlo, son “profesionales” en la verdadera entrega hasta las últimas
consecuencias. Así se definiría el
verdadero Amante de Jesucristo, el que no
mide lo que pueda acarrearle optar por Él, porque el amor verdadero es
capaz de una entrega que no mira su propia satisfacción o interés, aunque implique también un deseo lícito de
posesión y entrega en igualdad de condiciones, pero es suficientemente maduro
para saber amar (dar) por encima de sus deseos propios. La mujer sabe amar así, siempre que su
corazón libere las fuerzas más puras de
su afectividad. Lamentablemente hoy
vemos con dolor, cómo la mujer ha degradado su capacidad de darse, al extremo
de convertir la belleza de su condición
para el amor, en una “caricatura” de la más baja índole, cuando
es capaz de remontar raudo vuelo a alturas maravillosas en el tema de una
entrega sin límites al verdadero amor.
Podríamos pues añadir
que, en la mujer mística, la Teología o conocimiento de Dios, se da más
como Alianza nupcial de cercanía, de posesión vital, de afectividad entrañable,
movimientos todos del corazón que encuentran un eco de correspondencia
similares en el Corazón mismo de Dios, es decir, el Corazón Humano de Jesucristo, que ama efectivamente con toda
su capacidad Divina, no exenta, por cierto, de esos raudales de ternura y afectividad que el
corazón femenino anhela recibir como respuesta. De ahí que nuestra Espiritualidad esté
centrada en la experiencia vivencial del
Amor Humano y Divino de Jesús.
Hay que insistir una vez más en que, en la
experiencia vital de esa relación mutua, Jesús ofrece la reciprocidad real e inmediata de su afecto, aunque en abismal
comparación, y hay que resaltar también, que eso es obra del Espíritu Santo en el corazón amante, y además es una realidad eclesial que no hay que perder de
vista; es decir, que cada una somos miembros vivos del único cuerpo de Cristo, es decir, Su Esposa:
La Iglesia.
Nosotras
por nuestro Carisma y
Espiritualidad representamos con
gozo el Amor Esponsal de la Iglesia, manteniendo viva (o encendiendo) la Llama
de ese Amor en los miembros de todo el Cuerpo Mìstico. JESÙS
al vernos a cada una de nosotras, ve a su Esposa Amante
que no cesa de contemplarle sòlo a Èl, con
entera exclusividad, y de abrirle el corazón como lugar dònde perennemente
habita, al igual que Su Corazòn es nuestra morada permanente; de ahì el hermoso significado del
nombre de nuestra Congregaciòn.
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“Ama totalmente, a Quien totalmente se entregó
por tu Amor”… Así se
expresa Sta. Clara en una de
sus cartas a Sta. Inés de Praga, para significar
lo radical que debe
ser la entrega a Jesús,
el Amante por
excelencia. Es como dijimos más arriba, la totalidad del amor que Jesús
nos ha demostrado, lo que da la medida del verdadero Amor: hasta dar la Vida.
Esta Espiritualidad del Amor
no se ha de vivir con infantil
sentimentalismo, sino en la opción madura de fidelidad en medio del sufrimiento
y la prueba. Es ahí donde florece el Amor
real, fecundo y fuerte.
La totalidad de la entrega se da desde
esa “voluntad” de permanecer con
Jesús, y serle fiel a pesar
de todo y por encima de todo.
2.
El Sacramento
del Amor: Su Carne
y Sangre verdaderas.
El Corazón de Jesús
se nos hace
cercano, vivo y realmente presente en el
Sacramento del Amor, y no en vano se ha demostrado, en los
Milagros Eucarísticos que ha habido en la historia, por los
análisis hechos a los mismos, la presencia de la carne viva de un corazón humano.
En la comunión con el Cuerpo de Jesucristo se realiza la estrecha Unión, posible ya en esta vida, que va poco a poco llegando a su plenitud,
cuando se tiene conciencia de la grandeza del Don, y la viva fe del Misterio
que acontece y el deseo profundo de la mutua compenetración. La experiencia mística femenina, cercana al
movimiento cisterciense, concretamente en la
beguina o “mujer religiosa”
Hadewijch de Amberes, encontramos
en sus escritos unas expresiones muy elocuentes, de cómo la Comunión con el Cuerpo de Cristo, encuentro
vivo con Él, hace vibrar el corazón
amante que abre de par en par sus
puertas al Misterio inefable de un Dios que no escatima formas ni maneras, para decirnos cómo y hasta dónde quiere unirnos a Él:
“(…) Él descendió del altar, vino (hacia mí) con la túnica y la
manera de andar del hombre que era cuando nos entregó su Cuerpo por vez primera. Tenía el aspecto de un ser humano, varón grato y hermoso con un rostro resplandeciente (…) Se me donó bajo
los signos y especies del sacramento como es de costumbre (…) Después se acercó,
me tomó toda en sus brazos y me apretó contra sí mismo de tal forma, que todos mis miembros sentían
los suyos tal
como a Él le
agradaba, y mi
corazón y mi humanidad lo deseaban.
Recibí así corporalmente, el cumplimiento de la total
fruición. Estuve en mí misma y lo
soporté por un cierto tiempo, pero entonces, poco después, desapareció el
hombre hermoso y
exterior. Sus formas
desaparecieron a mis
ojos, lo vi
desvanecerse y me abismé
en el seno beatífico de su
amor, allí permanecí engullida
y perdida, de tal manera que no
podía reconocerlo ni percibirlo físicamente fuera de mí. Él estaba espiritualmente en
mí sin separación y
yo no podía
distinguirlo de mí. En
ese momento me pareció que éramos uno sin diferencia (…) De esta manera entré en mi Amado para fundirme en Él sin que quedase nada de
mí misma.” (Bernardo Olivera. Sol en la noche, pag. 164-165)
3. El Silencio ante lo inefable.
El silencio es una virtud
que acompaña la
vida del contemplativo. Un
silencio que ambienta su entorno para la oración y un
silencio interior que lo
coloca ante el
Misterio en actitud de
escucha y apertura.
También existe el silencio ante lo inefable del
encuentro con Dios. Estas experiencias de Amor con Jesucristo, han llevado a muchos Santos
que las han experimentado, a guardar
un silencio pudoroso
y humilde ante
la grandeza del misterio que viven, quedando como “encerradas” bajo llave en el secreto de
sus conciencias y de sus corazones.
Sólo en la expresión de unos
ojos “brillantes” se refleja algo
de lo inefable que son las experiencias
místicas del Divino
Amante con aquellos a los que privilegia con sus adorables encuentros. San Francisco de Asís, por ejemplo, nunca escribió nada concreto de sus
experiencias propiamente místicas, limitándose
a oraciones de alabanza, admoniciones, consejos,
cartas
y otros; más su silencio selló los arcanos coloquios que marcaron su vida con
la impronta de una experiencia altísima de contemplación. Encontramos una semejanza
con la actitud silenciosa y humilde de una Mujer: MARÍA, cuya
experiencia de Dios
supera la de cualquier otra criatura, y
en su virginal pudor,
sólo vemos el
reflejo de la maravillosa Luz que la envolvía y habitaba. En ambos, Francisco y
María Santísima, vemos
los “efectos” de esa intervención
amorosa de Dios en sus
vidas. El uno:
convertido en un
Serafín de Amor,
efigie del Crucificado; en Ella:
la Toda Hermosa,
en la Amada de Dios por excelencia, Su
Madre bendita, convertida a su vez, en
“ fuente del Amor Materno de Dios
para la Iglesia y
la humanidad entera”. (Palabras del Beato Juan
Pablo II).
4. La Soledad de los Amantes.
La soledad en nuestra Espiritualidad tiene la
significación de la totalidad de la entrega, expresada en la búsqueda frecuente
de momentos fuertes de oración, donde físicamente estamos
a total disposición
de Jesús Amante,
que siempre nos espera. El Cantar
de los Cantares gusta de expresar
esta exclusividad del Amor en la figura del Jardín Cercado, o la Fuente Sellada, donde se realiza el
encuentro de los Amantes sin testigos,
en la exclusividad de un Amor que no puede ser compartido con nadie más. Así es el Amor Esponsal de un corazón indiviso, consagrado sólo a Jesús.
La
soledad interior, necesaria para la oración contemplativa, se aplica también,
por ejemplo, cuando un consagrado está
en oración silenciosa en su
Capilla, reunido con otras personas de comunidad. En
nuestro carisma anacorético, ha de ser
una soledad física, efectiva y real,
por tiempos prolongados, y su
belleza se trasluce en relación con Jesucristo, que es Quien atrae
a esa soledad con irresistible
ímpetu.
Él tiene la llave del Jardín y de la Fuente;
y en reciprocidad Él nos da,
como símbolo, en nuestra Profesión Perpetua, la Llave
de la Celda, es decir, la Llave de Su Corazón.
5. Amor y Fecundidad.
El Amor de Jesús nos hace
fecundas, y él conlleva
una virtualidad que no depende de nuestros actos, ni de nuestros
ofrecimientos, aunque ellos lo corroboran.
Él, JESÚS, es quien elije la
manera y forma de nuestra fecundidad,
y el
fruto resultante es Suyo. El Amor es así, sólo con darse
en reciprocidad de entrega, es
capaz de “alumbrar una vida nueva”,
aunque los Amantes no se percaten necesariamente de ello.
En nuestra vocación
existe el compromiso del amor al
prójimo, expresado en la fraternidad entre nosotras
y en la
cercanía con los visitantes, siempre bajo el aura de una forma de vida peculiar, donde
predomina la búsqueda de la soledad, sin olvidar la suprema primacía del Mandamiento Nuevo del Amor.
Creados por Amor, deberíamos vivir sólo para el Amor; y ya que nuestra eternidad será el Amor, esta vida presente nos
da la oportunidad de aprovechar
al máximo el tiempo para AMAR
ya desde aquí.
Esto es lo que
debemos tener presente
siempre.
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Conclusión:
Nuestra Espiritualidad pues, como hemos apreciado, no se expresa tanto por
la Teología como estudio, sino más
bien por la Contemplación como experiencia de Amor. Jesús nos pasa la
invitación, como lo hizo a los Apóstoles el día de la Resurrección, en el Evangelio
de San Lucas, cuando
dice: …”Pálpenme y vean
que un espíritu no tiene carne y huesos,
como ven que Yo tengo”. … Y a
continuación le mostró las manos y los pies”.
(Lc. 24, 39-40) y San Juan añade
“las manos y el Costado”. Jesús se
muestra a los suyos, y si se quiere, “osadamente”: como Esposo
a esposa, y les muestra su Cuerpo clarificado, hermoso,
Vivo…y real. Nosotras estamos en la óptima condición de
aprovechar el tiempo que se nos da, para sólo
Amarle y Conocerle;
dejarle hacer y disponernos a seguirle por el camino de la Cruz.
La contemplación nos
conduce a abrazar la vida según la Carne gloriosa de Jesucristo, en contraposición con la vida según la carne donde impera el
egoísmo; porque la vida según el
Espíritu de que habla San Pablo, no es otra que la vida según
la Carne Glorificada de Jesús. Por medio de ella nuestra naturaleza “vieja” queda clavada en la
Cruz, de donde nace la
realidad maravillosa del Amor renovado, que en su Fuego consume el egoísmo, encendiendo en su lugar la Llama Viva del triple Amor del Corazón de Jesús. (Sobre el triple amor de
Jesùs ver : Carisma y Espiritualidad, pag. 5 y 6) y (Encìclica
Haurietis Aquas, SS. Pìo XII, nº 11-15)
No hay
Amor verdadero que no sea
animoso en llevar el mismo camino que llevó Jesús, el camino que nos
conduce al fin, a los brazos de Aquel a Quien
le hemos dado lo mejor de nuestras vidas, y a Quien hemos confiado lo más importante que tenemos: nuestra capacidad femenina
de AMAR. Se la hemos dado
toda entera, en
todas sus dimensiones,
…Sólo a Él,
…Sólo a Él,